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domingo, 17 de octubre de 2010

El temor de todos los padres de hoy

Los hijos de la  noche
Por Rolando Hanglin  Pensándolo  bien: ¿Qué tiene que hacer un chico de 16 años, a las cinco de la  madrugada, en las inmediaciones de la Ruta Panamericana, después de bailar  en Pachá? ¿Qué tienen que hacer todos nuestros hijos adolescentes, de 12 a  19 años, en boliches donde se fuma, se bebe alcohol, se estropea el oído,  se gritan insensateces y en cualquier momento se muere en la humareda de  un incendio, o a manos de los desalmados que abundan a esas horas? 
No  son horas. 
La clase media argentina, tradicional reserva de talentos  que ha producido a Domingo F. Sarmiento, a Juan B. Alberdi, a Juan B.  Justo, a René Favaloro, a Luis Sandrini, a Ricardo Lorenzetti,  debe  buscar en sus entrañas y lanzarse a una profunda mutación. 
De vuelta  al estudio, el trabajo, el ahorro.   Como ha sido siempre,  antes. 
Los adolescentes no tienen ninguna necesidad de bailar. No es  uno de los derechos humanos. La prueba está en que, si se le impide dormir  a una persona, enloquece y muere. En cambio, se lo deja sin bailar y sigue  contento y feliz. No pasa nada. 
Si los teenagers quieren  reunirse, pueden hacerlo en las casas de familia, como ha sido siempre.  Con la música bajita, porque los vecinos descansan.

Sin fumar ni beber.  Hasta las doce de la noche. Y después, a dormir. ¿Cuál es el problema?  Dormir es sano y necesario, porque mañana hay que levantarse a las 8 para  jugar al rugby, o al hockey, o al fútbol, o repasar una materia. Como ha  sido siempre y como sigue siendo en países serios como Canadá, Japón o  Inglaterra. 
¿Que la industria de la noche es un negocio lícito y  produce ganancias importantes? Perfecto, que los señores de la noche hagan  su negocio, como hasta ahora. Pero sólo para adultos. Que llegan en su  auto y, si quieren, con su chofer. Por mí pueden emborracharse hasta  quedar catatónicos: pero entre cuatro paredes y siendo mayores de 21 años.  En la calle y manejando: no. 
Nuestros hijos no deberían alquilar una  Combi (en realidad, la pagamos nosotros) para llegar al boliche a las 2 de  la mañana con la sagrada misión de "cagarse de risa" hasta las 5 y media.  Es una locura. Es tentar a la desgracia. No lo permitamos. 
La verdad  que no confesamos es que nuestros hijos de 15 años salen de noche y beben  aunque esté prohibido, porque existen "salones de fiestas" que son  discotecas encubiertas, y en nuestro medio es fácil burlar la ley. Sobre  todo si los padres no sabemos decir que no, cuando nuestros encantadores  mocosos nos rezongan que "todos tienen permiso", "todos van", "todos lo  hacen", "soy el único tarado", "soy la única pavota". Entonces, todos los  viernes y sábados hay un cumpleaños, una despedida, un fin de curso, un  recital, una fiesta del colegio tal o del liceo cual. En resumen, los  adolescentes borrachos y circulando por las rutas hasta el amanecer.  
Los "viajes de egresados" son un invento maldito. Primero: los chicos  no han egresado de ninguna parte. Apenas acaban de terminar malamente un  año, y deben rendir materias. No están egresando. No tienen por qué  viajar. Y menos a Bariloche u otros sitios, lejos del control de sus  padres, con el exclusivo propósito de producir aturdimiento, ebriedades,  desórdenes sexuales y destrozos en los hoteles. ¿Cuál es la idea y quién  la instaló? 
La verdadera fiesta de egresados es, originariamente, un  hecho institucional: se trata de un acto en el cual los alumnos que  terminan su secundario presentan a sus familias, reciben sus diplomas, se  despiden del colegio y, a veces, bailan. Todo supervisado por el rector y  los profesores. Punto. 
La nocturnidad adolescente es una creación  siniestra que lleva la marca argentina en el orillo, porque ninguna  sociedad del mundo la permite. Ni los católicos, ni los socialistas, ni  los neoliberales, ni los protestantes... ¡No hablemos de los islámicos!  
Mediante la nocturnidad, hemos establecido que los jóvenes se van de  sus casas, después de descansar un rato, a las dos de la mañana. Llegan  como pueden a las proximidades de una discoteca. Por lo general, están  borrachos al arribar a la puerta, debido a la simpática "previa". En esas  largas filas de espera, hay chicas que venden "petes" o "besos por un  peso", para pagar la entrada, otras que exhiben el documento de la hermana  mayor para que las dejen pasar, y no faltan los muchachitos que vomitan en  la vereda o caen desvanecidos. Frecuentemente, se pegan e insultan. A la  salida, en la desbandada del amanecer, ocurren las desgracias. 
De la  juventud del "amor y paz", sonrisas alucinadas, pies descalzos, un  porrito, el sonido de voces y guitarras, el sexo libre (pero sano y sin  violencia) hemos pasado en pocos años a esta cabalgata de barras bravas,  haciendo "pogo". Sin embargo, son las mismas edades adolescentes, con las  mismas caras puras y cuerpos vírgenes. ¿Cómo fue? ¿Cómo hicimos la  metamorfosis de "una chica moderna" a "un gato"? 
Naturalmente, a la  madrugada, los padres yacen desmayados en sus camas. Hoy día se trabaja  mucho. No se les puede pedir a papá y mamá que arranquen el auto o pidan  un remise a las 6 de la mañana para salir a campear a los hijos e hijas  por los inmensos bailables del conurbano. Físicamente, no pueden. Se ha  creado así un mundo aparte, un universo de adolescentes completamente  separados de sus familias
. El mundo del alba es uno, el de la noche es  otro. Los chicos viven de noche y duermen de día. Duermen en el colegio,  en la playa, en la iglesia y en sus casas. Duermen, duermen, duermen.  Cuando despiertan, se sientan frente a la computadora, frotándose los  pelos, a leer disparates, o se aferran al celular para enviar mensajes de  texto donde todo se escribe sin hache y sin acento. 
Cuando nosotros no  estemos: ¿De qué van a vivir estos adolescentes, que a los treinta años  todavía están meditando sobre "cual es mi verdadera vocación"? ¿Cómo se  ganarán el pan, vendiendo drogas? 
Hemos hecho un estropicio. Nosotros,  los padres de clase media. 
Dicen que toda persona tiene derecho a  poseer un sueño. Yo, por de pronto, tengo el mío. Una juventud sana, que  salga del ruido, la noche, la droga, la ignorancia y lo "divertido". Que  se entregue al día, al silencio, al estudio, al deporte, a la cultura, a  la familia. 
Alguno me dirá que este es el mismo ideal de "Mi hijo el  dotor", que escribió Florencio Sánchez en 1930. Sí, es lo mismo. ¿Alguien  tiene una idea mejor? 
(Dedicado a la memoria de Florentino  Sanguinetti, severo profesor y 

2 comentarios:

  1. ojalá pudieramos inculcarle estos VALORES a nuestros jovénes,creo que si sucediera esto que dice hanglin,no estariamos pasando por las situaciones que se viven dia a dia en ARGENTINA,pero sostengo que es un problema GENERACIONAL!!!(a mi humilde entender). No solamente de los jovenes.

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  2. Olvide mencionar lo bueno que me parecio el blog,los felicito a todos los que trabajaron en este projecto!!!!

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